La firma que creó la tecnología anunció que no renovará sus patentes, poniéndole la lápida al sistema que modificó para siempre la cultura popular: la música se hizo gratuita, los estilos se fragmentaron, los sellos y los ídolos de antaño se derrumbaron, y el vinilo aprovechó el panorama para tomarse su revancha.
El formato de audio más famoso y emblemático del nuevo siglo, el mismo que cambió para siempre la forma en que se vende, se distribuye, se consume y hasta se piensa la música en todo el mundo hasta hoy, desapareció, paradójicamente, en silencio. Este martes, la compañía alemana Fraunhofer, creadora del MP3 y de la mayoría de sus licencias asociadas, anunció que el 23 de abril decidió no volver a renovar las patentes del formato, poniendo la lápida definitiva al códec de audio digital que en su momento transformó la industria, que asoció a la música con internet, y que con los años abrió la senda para el actual modelo de negocios y de consumo musical.
Tuvieron que pasar tres semanas para que el mundo se enterara de este deceso, uno anunciado, por cierto, pero más simbólico que material. Porque tal como explicó la firma germana en un comunicado subido a su web, si bien “el MP3 sigue siendo popular entre los consumidores, la mayoría de los servicios tecnológicos actuales, como las plataformas de streaming, la televisión y la radio, usan códecs más modernos, como los AAC y, en el futuro, el MPEG-H”.
En ese sentido, lo anunciado este martes no implica que el MP3 desaparezca de un día para otro, ya que siguen existiendo dispositivos y softwares que soportan esta tecnología, aunque sí supone el término oficial de una era. Una que tuvo su génesis hace un cuarto de siglo y su clímax en el cambio de milenio, con la llamada “democratización de la música”, el nacimiento de la piratería y la caída de los sellos discográficos.
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Cambio de paradigma
Curiosamente, la historia del MP3 comenzó sin música. Fue “Tom’s diner”, la canción a capella que Suzanne Vega transformó en éxito en 80, la que el ingeniero Karlheinz Brandenburg utilizó para depurar el diseño de un nuevo formato de compresión de audio, que en base a un algoritmo lograba reducir el tamaño de los archivos en un 95 por ciento. Finalmente, en 1991, el instituto alemán Fraunhofer anunciaba la creación del MPEG-1 Audio Layer 3, o simplemente MP3, que prometía convertir torres completas de discos compactos -el formato de moda por ese entonces- en pequeños archivos digitales.
La promesa se cumplió y lo que vino pocos años después fue lo más cercano al paraíso para los melómanos del mundo, pese a que la calidad sonora estaba por debajo de creaciones como el propio CD: lo que se aplaudía aquí era su capacidad de propagación y su alcance gratuito. Para mediados de los 90 la tecnología se masificaba y además de lanzamientos como Winamp – programa pionero en la confección de listas musicales- aparecían plataformas como Kazaa y Napster, que permitían compartir y acceder a un catálogo ilimitado sin necesidad de pagar un peso.
Con esto, llegaron también los detractores. Por un lado, aquellos que desde el comienzo criticaron la baja calidad del sonido, pero por sobre todo, la mayoría de los actores del negocio musical, que veían cómo su imperio de CDs era reemplazado por un nuevo paradigma que no les reportaba ganancia alguna y que no tardó en ser objeto de acciones judiciales.
El gremio de los músicos también se dividió, y los primeros en alzar la voz fueron los integrantes de Metallica, quienes en 2000 presentaron en una corte de California una demanda contra Napster por infringir los derechos de autor. Tras un bullado proceso de casi un año, el tribunal falló a favor del cuarteto, que se convirtió en un símbolo de la guerra contra la piratería, pese a que en noviembre pasado su catálogo completo llegó finalmente a la versión 2.0 de Napster.
Lo mismo el canadiense Neil Young, otro histórico enemigo del MP3, aunque por razones más técnicas. “Steve Jobs fue un pionero digital, pero cuando llegaba a su casa escuchaba música en discos de vinilo”, reclamó.
En otra vereda se ubicaron bandas como Radiohead. El conjunto británico, incluso antes de liberar en la web In rainbows (2007) a cambio de un pago voluntario, se mostraba a favor de la libre descarga, la misma que habría llevado en 2000 su álbum Kid A al primer lugar del ránking Billboard. Esto hizo a que años después la cantante Lily Allen llamara a su guitarrista, Ed O’Brien,y al ex Pink Floyd Nick Mason, “millonarios que no ven el daño que la piratería causa en la escena musical británica”.
Dos décadas después el escenario es otro y hoy es el streaming (reproducción online) el que ocupa el lugar de la descarga digital en la música. De hecho, gracias a plataformas como Spotify y Apple Music, que adaptaron y mejoraron la idea inicial del MP3, la industria discográfica ha vuelto a generar ganancias -en 2016 experimentó el mayor crecimiento en 15 años- y hoy son raras excepciones aquellos que cuestionan desde adentro un modelo de negocios al fin exitoso.
Eso sí, el MP3 se va con un legado mucho más amplio que la muerte de la industria del disco o el acceso gratuito a la música. Sus consecuencias cambiaron incluso parte de la cultura de los últimos años. Por ejemplo, la opción de acumular cientos de álbumes sin mucha discriminación hizo que la música se fragmentara, se esparciera en nichos, tal como se percibe hoy: los grandes discos generacionales o iconos que dominaban en solitario el mercado durante décadas (The Beatles, Michael Jackson, Nirvana) ya no existen, abriendo el triunfo a la multiplicidad.
Por otro lado, ha ganado el single, tan habitual de géneros como la electrónica. El álbum como obra completa se ha devaluado. Pero ello ha tenido un efecto particular, sobre todo en los nostálgicos: la música se hizo tan poco física, tan poco palpable, que el vinilo renació como una suerte de revancha y respuesta a ese escenario. Es la huella de un concepto tan breve (MP3), pero que cambió para siempre algo tan universal como la música.