vikingos EN 1999, Patricia Sutherland, arqueóloga de la Universidad Memorial de Canadá, se topó con dos inusuales cuerdas durante una visita al Museo Canadiense de la Civilización, en Quebec. Habían sido encontradas en la isla de Baffin, al norte del país, y catalogadas como obra de la cultura Dorset, originaria del ártico. Pero la investigadora tenía la fuerte sospecha de que sus verdaderos autores procedían del otro lado del Atlántico. No sólo eso. Pronto, se convirtieron en la pista que buscaba para localizar el segundo asentamiento vikingo conocido en América y, de paso, confirmar una teoría que los científicos manejaban desde hace cinco décadas: los vikingos fueron los primeros europeos que llegaron a América después del poblamiento original y lo hicieron 500 años antes de que Colón pisara la isla de San Salvador.

En los 60, ya había sido descubierto en la isla de Terranova un asentamiento vikingo conocido como L’Anse aux Meadows, el cual data de entre los años 989 y 1020. Pero aunque ese hallazgo dio una pista de que ese pueblo escandinavo -que prosperó entre 500 d.C. y el siglo XIV- visitó las costas americanas mucho antes que los conquistadores españoles, por años no surgió ninguna prueba de que su presencia no fuera producto de alguna expedición fortuita.

Al examinar las cuerdas, Sutherland notó que los filamentos se asemejaban poco a las usadas por cazadores del Artico. La técnica usada para el tejido se parecía más a la empleada por mujeres vikingas en Groenlandia en el siglo XIV. Fue con esa convicción que en 2001 inició excavaciones en Baffin.